La evolución de la comunidad de coworking en Sevilla

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Alberto Pérez Sola, co-fundador de workINcompany en Sevilla, se define como un chico de 38 años, arquitecto de formación y empresario de vocación. Alberto ha vivido en Londres, Milán y Barcelona, aunque afirma que no te cambia la vida, sí cree que “te abre la mente y hace que veas mucho más allá de Sevilla o España. Siempre he tenido la mente inquieta y ver mercados más acelerados ayuda a que brote lo que tenía dentro de mi cabeza”.

En Milán, hace ya una década, conoció al arquitecto cordobés Jaime Aranda que se convirtió en un compañero de viaje durante los siguientes ocho años. “Cuando nos conocimos tuvimos claro que queríamos colaborar. No sabíamos en qué pero (una vez de vuelta en Sevilla), nos surgió la necesidad de disponer de un lugar desde el que trabajar”. Y fue en ese momento en el que tropezaron con el concepto de coworking.

“investigamos y vimos que en la ciudad no estaba extendido y pensamos que eso nos ofrecía una oportunidad interesante de negocio. Sin darnos cuenta ya teníamos un plan de negocios creado y estábamos buscando un local”.

Alberto continúa contándonos una historia que a muchas de las personas veteranas les va a sonar familiar: “mientras Jaime trabajaba en un estudio de arquitectura y yo en una ingeniería montamos en paralelo workINcompany. Contamos con la ayuda de amigos y familiares, todo era muy ‘low cost’ ”.

En septiembre de 2011 workINcompany abría sus puertas para convertirse en el primer espacio de Sevilla y de toda Andalucía que se define como coworking: hasta ese momento los espacios que existían se definían como oficinas compartidas. “Fuimos a la primera Coworking Europe Conference y éramos los únicos de Andalucía. Asistimos a la primera CWSC y éramos los únicos de Andalucía”. Lo que supongo que es una manera educada de decir que fueron los pioneros en el sur de España.

Los balcones de workINcompany en el centro de Sevilla

Le pedí a Alberto que tratara de resumirme estos 10 años en tres etapas y una frase por etapa. El resultado fue este:

  • De 2011 a 2014 fue la etapa de evangelización del coworking en Sevilla.
  • De 2015 a 2018 asentaron la marca WIC (workINcompany) y su presencia en los eventos y la vida de los profesionales.
  • A partir de 2019 empezaron a buscar el equilibrio entre la comunidad y el mundo corporativo: la madurez del coworking.

Esta última fase me resultaba curiosa, no por el hecho en sí que es muy habitual en muchos espacios de coworking sino por ver cómo un espacio tradicionalmente del lado de la comunidad y los eventos lo enfocaba.

“Después de muchos años con muchos eventos y creación de comunidad, la concepción del negocio con la edad que tenemos ha cambiado y ahora lo utilizamos como un lugar en el que todo el mundo disfruta, hay comunidad pero el perfil ha cambiado. Cuando yo tenía 29 años la comunidad tenía la misma edad que yo. Ahora también es más madura y busca cosas distintas”.

Estas palabras esconden una realidad que pocas veces se comenta y es el hecho de que parece, dependiendo de la información con la que te encuentras, que todos los espacios de coworking son un hervidero de eventos y de actividades. Y esto no es así: depende de los integrantes de cada espacio y de sus necesidades. Un espacio con gente joven, sin lazos familiares o repleta de nómadas o ex-pats será mucho más activa fuera de horario laboral que uno con una media de edad superior y personas con obligaciones familiares o en un entorno más corporate. ¿Qué es mejor? No hay una respuesta absoluta: hay un mejor espacio para cada usuario / necesidad.

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Como gestor, sin duda, existe uno con el que te identificas más, un espacio que deseas crear y ser capaz de conseguirlo depende de lo bien que hayas planeado tu estrategia, de entender y comunicar tu propuesta de valor al mercado. Pero hay algo más: ninguna de estas definiciones de espacio perfecto (a título personal) es estática sino que evoluciona con nosotros a lo largo de nuestra vida (personal y profesional). No debemos subestimar el papel que las personas que lo gestionan a diario (así como su comunidad) tienen sobre la decisión de una visita sobre si ese es el lugar perfecto para él o para ella.

“Para mi sería incompatible tener un espacio de coworking con miembros dos generaciones por encima o por debajo mío. Hoy hemos tenido un desayuno y se nota que todos compartimos experiencias, círculos, todos hablamos el mismo idioma y compartimos preocupaciones. Con ello no queremos decir que excluimos a generaciones que difieran mucho la edad: es quizá una manera de simplificar las cosas, porque en realidad lo que buscamos es que los miembros compartan un mindset que habitualmente es más fácil en personas cercanas en edad pero, obviamente, no se excluye a nadie.
workINcompany before Feb 2020

Otro de los puntos clave de esta entrevista es hablar de un tema que normalmente no se suele hablar: la salida de un socio del proyecto. La dupla Alberto Jaime era para la comunidad del coworking en España la pareja perfecta: dos personalidades y habilidades que se complementaban. Sin embargo en noviembre de 2019 Jaime dejó de ser co- propietario de la empresa. Quise hablar de esta situación y de cómo la vivió Alberto.

“La separación de dos socios suele ser compleja. Por suerte, las mías de tres socios distintos en tres empresas distintas han sido siempre muy elegantes. Hay dos tipos de escenarios en una salida: cuando una salida es inminente suele ser poco elegante. Cuando hay tiempo para negociarlo y hablarlo la salida suele ser elegante o más digerible para las partes: son bien negociadas, se llega a un acuerdo que le funcione a ambas y una de ellas sigue. En el caso de WIC, obviamente, nos separamos porque no estábamos alineados en la visión del negocio, en la energía que le queríamos dedicar al proyecto o en la visión que cada uno tenía de su propio futuro. En resumen: uno estaba preparado para salir y el otro aún quería seguir”.

Otro de los aspectos sobre los que creo hay que tocar, es sobre el vacío que deja un socio cuando se va y cómo la persona que se queda supera esta situación. “Jaime me ha aportado mucho talento, profesionalidad y un aprendizaje sin límites. Pero obviamente no todo ha sido un camino de rosas, porque cuando dos socios se separan es que ha llegado un momento en el camino en el que quieren cosas distintas”. Alberto continúa, “cuando te quedas como socio único tienes que asumir todas las decisiones que se toman: con lo bueno y lo malo que eso implica. No tienes otra persona para debatir contigo o hacer contrapeso a tus inclinaciones. Tampoco tienes alguien que te ayude cuando estás bloqueado con algún tema”. Nuestra curiosidad también venía del lado de la manera en que se recupera la ilusión de un proyecto que lleva tanto tiempo en funcionamiento. “Cuando uno se queda sólo en el camino se queda con todas las consecuencias. El coworking es un negocio que te exige poner mucho de tu lado a nivel profesional pero también personal. En mi caso, para recuperar esa posible parte de ilusión perdida lo que he hecho es ponerme nuevos retos: quizás el más obvio y a la vez más ambicioso en esta segunda fase era que el negocio mejore. Cuando te quedas sólo reactivas o impulsas decisiones que, a finales de la primera era debido a las diferencias de visiones, quizás habían quedado frenadas o detenidas. Y ahora tú te equivoques o no te equivocas”.

A principios de 2020 Alberto estaba al frente de tres negocios como administrador único y eso es “difícil de llevar a nivel psicológico”. Con la llegada del COVID-19 confiesa que podía haber cerrado pero quería continuar aunque sentía como si volviera seis o siete años atrás en el tiempo. Después de reabrir el pasado mes de julio recuperó el 50% de sus antiguos miembros: las salas y los eventos sin embargo desaparecieron por completo por razones obvias. Los nuevos usuarios llegaron al espacio después del primer lockdown pero posteriormente, cuando la gente empezó a ser consciente de que iba para largo, los leads disminuyeron casi a cero y todo lo que estaba en marcha quedó parado o desapareció. A día de hoy la comunidad de WIC mantiene algunos de sus miembros iniciales pero en su mayoría se ha renovado con las entradas que se han ido produciendo después del primer confinamiento. En workINcompany, como también he detectado en otros espacios, las nuevas comunidades que se están creando difieren de las originales por los perfiles que el lockdown ha llevado a los espacios.

La visión de futuro de Alberto pasa por reconocer que “el impacto psicológico inicial ha pasado pero la agonía psicológica que queda hay que pasarla. Yo sólo veo un futuro posible: es que el negocio tiene que ir mejor que antes del COVID-19 y deben poder plantearse escenarios de expansión o retos con cierta ambición. Si esto no se diera, quizá en algún momento, para mí perdería el sentido. Yo no puedo estar eternamente empujando el proyecto y en un negocio como este, si se pierden los nuevos retos en el camino, corremos el riesgo de convertirnos en una oficina compartida”.

Los dos escenarios que Alberto plantea son los de un espacio prácticamente autosuficiente y con un crecimiento de una comunidad online (por los procesos de gestión mediante hosts que ha creado) o un espacio de mayores dimensiones y un enfoque más corporate que aunque requiera más esfuerzo ofrezca un mejor retorno: “si puedo sacar más pasta, el proyecto merece la pena y es apasionante”.

La pregunta que nunca le han hecho a Alberto Pérez Sola es una pregunta que muchas veces he querido abordar en una conferencia, charla o artículo porque creo que es otro de los temas tabú pero que forman parte de la realidad del sector. Nadie le ha preguntado ¿se ve APS siempre al frente de un espacio de coworking?

“La respuesta es no, workINcompany ha ocupado diez años de mi vida y aunque me siento cómodo y feliz con ello, el motivo de continuar es porque quiero ver dónde me lleva el proyecto y que cosas voy a aprender en el camino. Como hemos hablado antes: los coworking son generacionales y no me veo en diez o veinte años gestionando uno. No porque no me guste el proyecto sino porque llegará un momento en el que no tendrá sentido que siga yo”.

En ese momento, nos cuenta, puede ser que muera o que otra persona que sienta esa conexión con el proyecto se ponga al frente del mismo.

Y en mi opinión esto es una muestra de amor por el coworking. Si sólo fuera un negocio probablemente lo fácil sería seguir buscando que el proyecto generase beneficios sin causar demasiados problemas pero esta alternativa ni siquiera es una opción para Alberto, porque cuando amas el coworking no estás dispuesto a que se convierta en otra cosa: lo que quieres es que alguien que lo ame como tú lo has amado sea quien, en el futuro, esté al frente del espacio que has creado.


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¡Feliz Coworking!