Una herramienta para el éxito: Coworking para creadores en La Lola
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Meritxell Farràs hace algo más de dos años abría las puertas de La Lola Coworking de Creación en el barrio de Gràcia en Barcelona. Un coworking dedicado a personas que trabajan con sus manos y que necesitan un espacio que va mucho más allá de un mesa con un ordenador. En La Lola puedes encontrar profesionales de joyería, ilustración, moda pero también una compañía de teatro o un estudio de branding y comunicación.
El proyecto surge de la necesidad personal de Meritxell: “yo tengo una marca de accesorios de moda y trabajaba en casa. Me sentía muy sola en el proyecto y necesitaba una comunidad de soporte que me ayudara en todo aquello adyacente a la creación misma del producto”. En ese momento, hace unos tres años, CREC coworking uno de los lideres del sector en la ciudad de Barcelona inició un proyecto llamado CRIM que pretendía dar soporte a estos creadores. El proyecto de CREC finalizó pero Meritxell estaba decidida a abrir un espacio que pudiera dar respuesta a las necesidades de ella y las otras personas de esa comunidad.
Al cabo de casi un año Meritxell inició La Lola. Partir de una comunidad pre-existente tuvo cosas buenas y otras que no lo fueron tanto: “Por un lado llegamos antes a la rentabilidad pero por otro algunas de las personas que iniciaron el proyecto no compartían los valores o las ideas del mismo”. Lo cierto es que después de un tiempo, las personas que no estaban alineadas con su idea de cómo debía ser La Lola abandonaron el espacio mientras que otras que compartían el concepto se convertían en un puntal para Meritxell. “Realmente no gestiono sola: Russ, Gustavo y Patri (coworkers del espacio) me ayudan en la gestión. La decisión final es siempre mía pero muchas veces sus ideas son mejores y hacemos lo que me proponen en lugar de lo que yo había pensado”.
Un coworking de estas características debe responder a unas necesidades muy distintas a las de uno convencional. La principal es la necesidad de espacios de trabajo mucho mayores que impactan en su rentabilidad. La manera de resolverlo de Meritxell es simple: “cada persona dispone de un espacio de trabajo de dimensiones convencionales. Allí hace su labor “de ordenador”. Por otro lado otras tareas que requieren de más espacio, cómo por ejemplo cortar tejidos, se realiza en espacios compartidos que se pueden reservar en el calendario: los usuarios/as los pueden reservar y así se coordina la comunidad para que todos/as puedan hacer su tarea sin interferir la de los demás.
Cuando formas parte de esta comunidad es imposible que no sepas a que se dedica la persona que se sienta en el extremo opuesto de la oficina porque cuando te mueves por los espacios compartidos puedes ver lo que están haciendo, compartir trucos y experiencia. Meritxell nos comenta que han subido muchísimas sinergias entre las distintas personas que forman parte de la comunidad. “Todos tenemos una vida anterior, -explica Meritxell- todas las personas somos artesanos reconvertidos y eso nos es de gran utilidad porque cuando alguien tiene una duda de contabilidad lo puede comentar con Russ o cuando alguien tiene alguna duda de marketing me puede preguntar a mi”.
Durante la entrevista Gustavo salió un momento al patio (no os preocupéis en todo momento manteníamos la distancia de seguridad) y aproveché para preguntarle cómo se sentía al formar parte de este proyecto y ayudar a Meritxell a cuidar el lugar. “Yo no quiero que La Lola cierre nunca, no quiero trabajar desde casa ni irme a ningún otro espacio. Esta es mi casa”.
Por cosas como estas, nos cuenta, es por lo que cada mensaje que ella manda en el grupo lo hace con la frase “hola familia” y cuando la miras a los ojos y te lo cuenta sientes que lo dice de verdad.
COVID-19
Durante el confinamiento La Lola quedó cerrada durante dos meses. Las personas se llevaron sus ordenadores y el material para seguir produciendo a sus casa.
“Lo cierto es que no solo volvió el 100% de la comunidad sino que desde que se levantó el confinamiento han entrado a formar parte dos personas nuevas. Ahora, sin embargo, no aceptamos nuevos miembros porque pensamos que es la mejor manera de mantener la seguridad de quienes ya forman parte”.
“Durante el confinamiento estuvimos siempre conectados, nos llamábamos en los cumpleaños y hacíamos vermuts o vinos virtuales y yo llamaba a cada persona de forma individual para saber cómo se encontraban”.
Para Meritxell el COVID-19 ha sido un reto sobretodo a nivel sanitario en el sentido que han implementado las medidas necesarias para disponer de un espacio seguro pero no ha sido un reto a nivel económico, ya que el espacio es propio, la comunidad fue tratada con respeto y la comunicación fue fluida.
Sin embargo, no bajan la guardia porque sí es cierto que la demanda de los distintos proyectos ha disminuido por la situación de incertidumbre y la comprensible prudencia de las personas.
Lo que también sabemos es que en esos meses Meritxell pudo volver a dedicarle tiempo a su marca de accesorios de moda que compagina con La Lola que, confiesa, tenía un poco parada desde que abrió el espacio: “subestimé la cantidad de tiempo y esfuerzo que abrir un coworking representa. Durante estos dos años dejé de lado mi marca para centrarme en el coworking porque vi que de otro modo las cosas no saldrían. Ahora puedo empezar a dedicarle tiempo con la tranquilidad que aquí las cosas están controladas y podré compaginar ambas actividades como había pensado que haría al principio”.
Y nosotros nos alegramos que así sea y de que La Lola siga aportando un poco de diversidad y color al panorama del coworking Barcelonés.
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