Laia Benaiges: Lecciones de la creación de una comunidad rural de coworking
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Con la llegada de IKEA a la provincia de Tarragona hubo algunos negocios de venta de muebles que cerraron sus puertas. Uno de estos negocios era el que el abuelo de Laia Benaiges regentaba en Valls. El antiguo local de la tienda de muebles, un local bastante grande en el centro del pueblo, quedó desocupado. “Cuando entraba en el local sabía que quería hacer algo allí, aunque no sabía qué” nos cuenta Laia. Un fotógrafo vecino de Laia le comentó un día “siempre que paso por delante del local me imagino esos espacios que hay en Nueva York con gente trabajando”. La curiosidad de Laia hizo el resto: “empecé a buscar información y apareció la palabra coworking, y justo en aquel momento se iba a celebrar la segunda edición de la CWSC en Barcelona.” Y fue en aquel momento donde la historia de Las Benaiges con el coworking empezó. “Me encantó el ambiente y todo lo que pensaba que podía generar en Valls pero en ese momento ya era muy consciente de lo difícil que iba a ser hacerlo en un pueblo en el que nadie sabía lo que era un coworking, ni siquiera yo misma lo sabía”.
La inversión para crear La Magrana no era muy alta, y el local era patrimonio de la familia o sea que se lanzó a ello. Los primeros años, nos cuenta, fueron una auténtica montaña rusa. Aunque tenía ilusión por el proyecto también sabía que era muy complicado que saliera bien. “El principio fue muy duro, estaba sola en el espacio y no quería ni ir a la inauguración”. La inauguración fue un éxito pero para Ella supuso un punto de no retorno: ahora sólo quedaba echar hacia adelante. Afortunadamente unos meses más tarde empezaron a entrar personas a trabajar, aunque las personas que llegaron no tenían el perfil típico de las personas que trabajaban en los espacios de coworking.
La primera coworker con un perfil que encajaba en la idea que Laia tenía de su espacio fue una chica que estaba haciendo un documental titulado “Pastores, hierbas y otros” que hablaba de distintos perfiles profesionales en el campo. El documental ganó un pequeño festival y se reprodujo en el Centre d’Art Santa Mònica (Barcelona). Lo importante del documental, más allá de que el perfil que encarnaba el “otros” del documental era la misma Laia, es que Ella ofreció un intercambio a la persona que lo estaba realizando que convirtió en el primer auténtico coworker.
Realizar un intercambio, o buscar una contraprestación es evidente que ni es la solución final ni puede ser eterno, pero es algo que puede ayudar a encauzar una situación en la que no dispones del público adecuado en tu coworking para atraer a más miembros como ellos/ellas. Y funcionó. La primera coworker real apareció y se acabó convirtiendo en la socia de Laia en un proyecto conjunto que a día de hoy aún continúa. La experiencia de Laia en espacios en entorno rural y la formación de Maica (la primera “auténtica coworker” que pagaba una membresía) como abogada las llevó a crear Leco, una consultoría de coworking que se especializa en temas legales de espacios en España.
Uno de los aspectos que me gusta tratar de recoger en estas entrevistas son las estrategias iniciales de los managers y los aprendizajes que de estas se desprenden. Laia nos cuenta algo que es muy habitual para los managers novatos. En su inquietud de que “pasaran cosas” en el espacio Ella le decía a todo que si. Albergaba muchos eventos de todo tipo y algunas de las demandas de espacio que tenía provenían de eventos no relacionados con el entorno laboral sino con terapias naturales, relajación, etc. En aquellos momentos Laia estaba tratando de captar miembros y entonces en una conversación con un miembro potencial se dio cuenta de algo que estaba ocurriendo y a lo que Ella no había prestado atención: esta persona no quería unirse al espacio porque creía que las actividades que en él se llevaban a cabo podían poner en duda su profesionalidad. A partir de ese momento Laia empezó a elegir qué actividades se hacían en el espacio para asegurarse que estaban alineadas con la imagen que quería transmitir y que los miembros potenciales que quería captar sintieran que el espacio era para ellos/ellas. Programar “cualquier cosa” puede transmitir una imagen confusa hacia el exterior y aunque a corto plazo significa ingresar algo de dinero puede ofrecer una imagen confusa a tus potenciales usuarios.
Con el paso de los años el espacio continuó creciendo en miembros hasta la llegada de la pandemia. Durante este tiempo el espacio no sólo empezó a ser rentable sino que contribuyó a impulsar el propio perfil profesional de Laia en la zona. “La Magrana es una marca que me ha ayudado mucho. Sin La Magrana no tendría Leco ni mi negocio de comunicación”. Sin embargo existe un lado oscuro del que no solemos hablar en publicaciones relacionadas con coworking y es el burnout en general pero en concreto en fundadores. “Ser fundadora y gestora te quema. A la larga te tienes que centrar en el día a día y pierdes la creatividad que a fundadoras como yo nos impulsa a crear un espacio. Ves que tu otro negocio es más rentable y te empiezas a plantear cosas”.
Lo cierto es que un espacio con pocos miembros en entorno rural ofrece un retorno a la inversión limitado, y en diversas ponencias en el pasado hemos visto cómo algunos managers que desarrollan su actividad en este entorno lo han querido dejar claro desde el principio. Es también cierto que muchos fundadores/as de espacios de este tipo tienen un perfil más cercano al de un freelance que al de un empresario, y, como le ocurrió a Laia, cuando la monotonía de las operaciones supera a la emoción de crear algo nuevo ven como un interés se mueve hacia otras actividades a menos que sean capaces de cambiar el funcionamiento del espacio, delegando la gestión para poder seguir centrándose en la creación.
Laia nos confiesa que “hoy la gestión ya está compartida con una coworker pero tengo que seguir encontrando fórmulas para que continúe evolucionando junto al resto de mis actividades profesionales. La Magrana seguirá viva: para mi es muy importante saber que le dí vida a un proyecto que había acabado y hoy, de hecho, estamos teniendo esta conversación en la sala en la que trabajaba mi abuelo. Aunque, cómo le pasó a él las situaciones cambian y hay que adaptarse a las nuevas realidades para que los proyectos puedan continuar teniendo sentido.